domingo, 20 de mayo de 2012

MÓNACO




Primer viaje.

Sólo vi este pequeño país de paso, cuando hice el viaje a Italia junto con mi hija Ana y los únicos recuerdos que tengo  es el de unos bonitos paisajes, con un mar muy azul de fondo, bonitos jardines y un famoso casino, el de Montecarlo, al que la gente del circuito estaba muy ilusionada por visitar pero que a mi hija y a mí no nos interesaba nada, por lo que no llegamos a entrar y todo lo que vimos fue de manera rápida y superficial.

La segunda vez que visité este principado (el país más pequeño después de ciudad del Vaticano) fue en marzo de 2009 porque el crucero por el Mediterráneo que hacíamos en el Grand Voyager hacía escala en Villefranche y desde ahí se organizaban excursiones para pasar la mañana y conocerlo.
El autobús tomó una carretera que nos llevaba por unas alturas increíbles desde las que divisamos vistas panoramicas de Niza y de muchos pueblos de esta Costa Azul con un mar hoy haciendo gala de su nombre.
Cuando llegamos a Mónaco, lo primero que me llamó la atención fue que bajáramos de un punto alto a otro más bajo de la ciudad en unos ascensores muy cómodos y cuyos pasillos eran de una limpieza increíble. Daba la impresión de que allí no vivía nadie.
Llegamos a una plaza en donde había una pequeña iglesia y el lugar desde donde arrancan las famosas carreras de fórmula 1. Subimos la cuesta, acompañados por una bonita vista del mar plagado de elegantes yates, y llegamos a lo alto, en donde se encuentra el famoso casino de MONTECARLO (llamado así porque este barrio de la ciudad-estado de Mónaco recibe ese nombre). A la izquierda del casino, el hotel Paris, reservado a millonarios, y a la derecha el café Paris, donde cualquiera puede tomarse un café o un aperitivo.
Después de un tiempo libre para pasear por los jardines que hay delante del casino y por los que hay a sus espaldas, volvemos a bajar la cuesta y subimos al autobús que nos va a llevar a ver la catedral y el palacio real. 
Enseguida llegamos porque este país-ciudad mide solo 2 Km de largo. 
El autobus se queda en un magnífico parking con vistas al mar y nos vamos caminando hasta el Museo Oceanográfico de Jacques Custeau. Fuera hay varias curiosidades y siempre la vista del mar que hoy es de un azul intenso.
Seguimos paseando y pasamos por delante de las casas de las princesas Carolina y Estefanía hasta encontrarnos con la catedral, que no tiene nada de particular y en cuyo interior se encuentran las tumbas del principe Rainiero y la princesa Grace, la que fuera famosa actriz de cine.
Tras cruzar una estrecha calle y un arco, se llega a la plaza del Palacio del monarca y desde allí hay unas magníficas vistas a la ciudad y al mar.
Compramos en la tienda de un  español algunos souvenirs y en unos minutos desandamos lo andado y regresamos al autobús, que nos llevará tras un corto recorrido, hasta el puerto y aquí cogeremos las lanchas que nos llevarán al barco.  
Mucho lujo es lo que más destaca de este paraiso fiscal, como no podía ser de otra manera.



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